jueves, 30 de abril de 2015

El almohadón de plumas

Enlace interno a la biografía del autor:


http://mislecturasyescriturasdelengua.blogspot.com.ar/2015/04/cuento.html

El almohadón de plumas.


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter
duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin
embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de
noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán,
mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a
conocer.
Durante tres meses –se habían casado en abril–, vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más
expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía
siempre.
–La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura
del patio silencioso –frisos, columnas y estatuas de mármol –producía una otoñal
impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve
rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al
cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un
largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. Había concluído, no
obstante, por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la
casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se
arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde
pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y
otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la
cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.
Lloró largamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve
caricia de Jordán. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato
escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
Fue ése el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció
desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole
calma y descanso absolutos.
–No sé– le dijo a Jordán en la puerta de calle–.Tiene una gran debilidad que
no me explico. Y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme
enseguida.
Al día siguiente Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatóse una
anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más
desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba
con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el
menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz
encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación.
La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su
mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a
mirar a su mujer.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio,
y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del
respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió
la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
–¡Jordán! ¡Jordán!–clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de
horror.
–¡Soy yo, Alicia, Soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de
largo rato de estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas
la mano de su marido, acariciándola por media hora temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la
alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se
acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo.
En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban,
pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y
siguieron al comedor.
–Pst... – se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera –. Es un
caso inexplicable... Poco hay que hacer...
–¡Sólo eso me faltaba!– resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la
mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero
que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su
enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi.
Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de
sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama
con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la
abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama,
ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban
ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban
dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media
voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En
el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de
la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama,
sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
–¡Señor! –llamó a Jordán en voz baja–. En el almohadón hay manchas que
parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre
la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían
manchitas oscuras.
–Parecen picaduras –murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil
observación.
–Levántelo a la luz –le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a
aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le
erizaban.
–¿Qué hay? –murmuró con la voz ronca.
–Pesa mucho –articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la
mesa del comedor Jordán corto funda y envoltura de un tajo. Las plumas
superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horro con toda la boca abierta,
levándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas,
moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola
viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado
sigilosamente su boca –su trompa, mejor dicho– a las sienes de aquélla,
chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del
almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo: pero desde que la
joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había el monstruo vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir
en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.







             Argumento del "Almohadón de plumas"

Es la historia de un matrimonio joven formado por Alicia, una joven angelical, y Jordán. Ambos están enamorados. Viven en una casa escalofriante y majestuosa en la que Alicia pasaba el tiempo sola hasta que llegaba su marido. Así empezó a adelgazar hasta el punto de que un día tuvo que salir al jardín apoyada en el brazo su marido. Fue el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente el médico la examinó con mucha atención sin encontrar enfermedad alguna y ordenándola calma y reposo. Al día siguiente Alicia siguió empeorando, se veía que iba hacia la muerte, sin que el médico supiera de qué enfermedad se trataba. Por el día su enfermedad no avanzaba, pero cuando se levantaba aparecía cada vez más lívida. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz hasta que por fin murió.

Cuando la sirvienta estaba arreglando la habitación, al hacer la cama se fijó en el almohadón, llamó al señor por haber observado pequeñas manchas de sangre. Jordán se acercó y descubre que su mujer había muerto porque dentro del almohadón había un animal monstruoso que le chupaba la sangre todas las noches a Alicia. En cinco días, había vaciado a Alicia. 

















¿Por qué "El solitario" un cuento realista?

¿Por que "El solitario" es un cuento realista? 


Porque narran historias donde los hechos son mostrados como reales, pero son productos de la imaginación del autor. No se busca la veracidad ni la exactitud, solo se intenta que resulte creíble.

Narramos brevemente el argumento del cuento.



Kassim era joyero y trabajaba para las grandes casas, siendo su especialidad el montaje de las piedras preciosas, Kassim tenía una mujer hermosa de origen callejero y a sus 20 años aceptó a Kassim. Cuanto ganaba Kassim era para María. Los domingos trabajaba también a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando María deseaba una joya, Kassim trabajaba de noche. Siempre tuvieron discusiones sobre que Kassim nunca le regalaba joyas, vestidos o cosas de ese tipo.

Una noche, Kassim se quedó hasta las 3 de la mañana haciendo una joya; María muy contenta se ponía a discutir luego porque no le había regalado nunca un vestido. Una tarde, Kassim se dio cuenta de la falta de un prendedor (5 mil pesos en 2 solitarios), y se dio cuenta de que María lo tenía puesto, pero María no lo quiso devolver llevándoselo al teatro. De vuelta del teatro, María lo colocó sobre el velador y Kassim se lo llevo y fue a guardar el prendedor bajo llave. Entregaron a Kassim un solitario para montar, el brillante más admirable que hubiera pasado jamás por sus manos. María se volvió loca por las joyas y deseaba con mucho fervor este solitario que tenía Kassim, sobrepasando el límite de Kassim. Cuando María ya estaba durmiendo, Kassim terminó de montar el solitario y se lo enterró en el corazón de María.








jueves, 23 de abril de 2015

Audios

EL SOLITARIO 



Biografía

Horacio Quiroga

Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay.
Su infancia quedó marcada por la trágica muerte de su padre

En 1891 su madre casó con Ascencio Barcos  éste sufrió en 1896 un derrame cerebral
A los veintidós años comenzó sus primeros tanteos poéticos. En el carnaval de 1898 conoció a su primer amor, inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas y Una estación de amor. 

Su primer libro de poesía Los arrecifes de coral, se 
publicó en 1901. Ese mismo año murieron  dos de sus hermanos a causa de la fiebre tifoidea. A esta desgracia le sucedió la muerte accidental de manos del propio Quiroga, de su amigo Federico Ferrando.

Fue designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903Sus primeros cuentos fueron publicados en la revista argentina Caras y Caretas. Se enamoró de una de sus alumnas .

En 1911 nació su hija Eglé Quiroga.

Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. El 19 de febrero de 1937 Horacio Quiroga bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después 

Eglé Quiroga, hija mayor de Horacio, se suicidó también. Su amigo Leopoldo Lugones se suicidó un año después por motivos amorosos. Finalmente, su hijo varón, Darío, se suicidó en un arranque de desesperación en el año 1951. 




http://www.biografiasyvidas.com/biografia/q/quiroga_horacio.htm

¿Quienes somos?

Somos alumnos de 2° año del colegio Tomas Alva Edison año 2015. Este blog lo estamos creando para taller de "Lectura y escritura". En nuestra página vamos a compartir muchos audios y escrituras.¿Le gusta leer? ¿Le gusta escribir? Venga aquí, el mejor blog de lectura y escritura.